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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Experimentos con el absurdo

Pasado el papelón de un paro nacional sin padre ni madre cuya inspiración nadie reconoce, quedó claro que los colombianos somos objeto de un sinnúmero de experimentos con el absurdo

Sindicatos en la plaza de Bolívar, en Bogotá, el 29 de mayo de 2025.

Esta semana fuimos testigos de un absurdo. El Gobierno llamó a un paro nacional de dos días. No fue la oposición la que lo convocó, como sería lo normal. Eso sólo sucede, y se le encuentra una explicación, en la profundidad del trópico. Como respuesta, una persona que no conozco circuló por redes el siguiente texto. Felicito su genialidad:

“Qué susto esas marchas. Dios quiera que a esa gente no se le ocurra destruir el tren elevado de Villavicencio a Santa Marta, ni el de Buenaventura a Barranquilla, ni el aeropuerto internacional de La Guajira, ni el tren interoceánico de China a Colombia, ni el canal transoceánico que pasa por debajo de Panamá, ni las plantas de energía geotérmica con los volcanes de Cauca y Nariño, ni las universidades y hospitales públicos, gratuitos y completamente dotados que ha construido el Gobierno”.

Ante esa oportuna voz de alarma, el Gobierno tal vez movilizó a las Fuerzas Armadas y la Policía para proteger esas novedosas obras públicas. Eso, salvo que los manifestantes quisieran destruirlas, caso en el cual el comandante en Jefe habría dado orden de no oponerse a la voluntad de las masas de destruir lo que tuvieran a bien.

Pasado el papelón de un paro nacional sin padre ni madre, ni desmadres, cuya inspiración nadie reconoce, quedó claro que los colombianos somos objeto de un sinnúmero de experimentos con el absurdo, tanto mentales como políticos y económicos, que nos llevan a perder la capacidad de diferenciar qué es real y qué no, qué es razonable y qué no.

Llenar de vez en cuando la plaza de Bolívar de Bogotá con gente traída en bus desde 600 kilómetros, originarios de Nariño y el Cauca, costeados por el erario; sumados a escolares obligados a marchar por el sindicato de maestros, y que se los presente como manifestantes espontáneos y fervor popular, es absurdo.

Las larguísimas cartas del excanciller Leyva con quejas sobre la adicción a las drogas del presidente y su ineptitud para gobernar, que lo instan a renunciar de inmediato, son absurdas. Todos sabemos lo que el señor dice, y él lo sabía cuando aceptó el cargo y lo ejerció.

La declaración del ahora candidato Gustavo Bolívar, que dice que Petro le vendió el alma al diablo al aliarse con Armando Benedetti, Roy Barreras y compañía, pero que esa es la única forma de gobernar, y que él, Bolívar, también quiere ser presidente para gobernar igual, es absurda.

Que Roy Barreras renuncie a la embajada en el Reino Unido y llegue al país a asegurar que el próximo presidente será de centro-izquierda, y naturalmente será él mismo, como adalid de la izquierda representada por Petro, que durante décadas luchó contra lo que representaba Roy Barreras, es absurdo.

Gastar 90 billones de pesos para regalar a los dueños de carros, camionetas de alta gama y camiones la mitad de la tanqueta de gasolina y AM, cuando esa plata debió ir a atender las necesidades de seguridad y desarrollo de muchas regiones de Colombia, es a todas luces un absurdo. Aún lo hacen con el AM, como si fuera razonable.

Usar la plata de una crisis humanitaria en La Guajira para comprar congresistas y pasar la reforma pensional sobrepasa el absurdo.

Entregar los campos de Colombia a grupos armados de todas las pelambres, para que asolen pueblos y veredas, roben niños y niñas de sus casas bajo el eufemismo cínico del reclutamiento forzado, mientras se ató las manos de las Fuerzas Armadas y la Policía, y se cobijó a los malos bajo el manto impune de la paz total, es cruelmente absurdo.

Socavar la gobernanza de Ecopetrol, crear una estampida de talento, alterar las decisiones estratégicas de exploración y producción de la gallina de los huevos de oro y el activo más importante, valioso y reconocido de los colombianos, es un absurdo.

Crear una crisis de energía eléctrica en la costa Caribe y poner en riesgo la autosuficiencia de gas, al tiempo que se descubren reservorios que nos pueden dar gas por 40 años, es absurdo. Desde el principio del Gobierno hubo tiempo y recursos para evitar estas dos crisis energéticas.

Decretar un aumento en la retención del impuesto de renta en 2025, que transferirá al gobierno el capital de trabajo que necesita el sector privado, justo cuando la economía empieza a repuntar, es absurdo. Se ahonda la crisis fiscal que se heredará al siguiente gobierno (de Bolívar, Roy o quien sea). Recuerden que en 2024 Petro y el entonces ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, se quejaron de José Antonio Ocampo, por inflar el recaudo de 2023 con ese procedimiento, y desfinanciar irresponsablemente al futuro.

El absurdo mayor, el más doloroso y dañino, es haber socavado un sistema de salud que beneficiaba a todo el mundo, y en particular a los más pobres y los enfermos, con una actitud indolente plasmada en el shu shu shu del presidente Petro, para describir el sonido del sistema al caer, como fichas de dominó.

Con problemas tan graves en las regiones de Colombia, quién entiende que el presidente que no se pierda la movida de un catre fuera de nuestras fronteras. Llegó al absurdo de ser más paseador que anteriores presidentes a los que tanto criticó.

Setenta años atrás nació el teatro del absurdo, gracias a obras como Esperando a Godot, de Samuel Beckett. En Colombia estamos como los protagonistas de esa obra, Vladimir y Estragón, a la espera de que el presidente Petro pare de hacer experimentos con el absurdo, aterrice en la realidad y empiece a enfrentar problemas de verdad con soluciones lógicas y razonables.

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