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En colaboración conCAF

Los caimanes de las lagunas de Río de Janeiro, la esperanza de un ecosistema agónico

Unos 5.000 reptiles sobreviven en las lagunas de la ciudad pese a la contaminación y la presión urbanística, a la espera de que alguien ponga en valor su enorme potencial turístico

Un investigador del Instituto Jacaré sostiene un caimán joven capturado para su monitoreo y estudio, en Río de Janeiro.

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Los indígenas tupí-guaraní eran certeros al bautizar sus territorios. El barrio de Río de Janeiro que hoy se conoce como Jacarepaguá significa, literalmente, ‘valle de los yacarés’. El paisaje idílico del que debieron disfrutar los nativos es ahora una especie de Miami a la brasileña, una gran extensión de la ciudad repleta de pretenciosas torres residenciales, centros comerciales de estética dudosa y anchas carreteras. En medio de toda la jungla urbana, sobrevive lo que queda de la jungla original: enormes lagunas bordeadas de manglares que aún son el hogar de unos 5.000 caimanes, los últimos resistentes de un ecosistema que agoniza por la contaminación y la presión inmobiliaria.

La captura de un caimán en la Laguna de Jacarepaguá se realiza siguiendo todos los cuidados y procedimientos adecuados.

Tras unos matorrales, escondida tras una autopista, aparece la pequeña villa de pescadores de la laguna de Camorim: cuatro casetas destartaladas donde vive un puñado de familias que sobreviven de la pesca artesanal, a pesar de los niveles altísimos de contaminación. El biólogo Ricardo Freitas, fundador del Instituto Jacaré, es habitual de este rincón, que de un vistazo rápido más parece una aldea amazónica que una colonia de pescadores incrustada en medio de la gran ciudad. Desde aquí, con las humildes barcas de los pescadores, suele realizar sus expediciones en busca de caimanes.

“No se puede negar que la laguna tiene cierta belleza, pero si estás con la nariz tapada. Si respiras hondo, mira qué delicia de aire, es puro olor a mierda”, se lamenta antes de iniciar una de sus rondas nocturnas. Su misión es identificar el máximo de ejemplares posibles para conocerlos a fondo y ayudar a proteger la especie en la ciudad. Acompañado de otros dos biólogos, se adentra en la laguna equipado con linternas con las que refleja los brillantes ojos de los reptiles sobresaliendo desde el agua o entre las cañas. Para atraerlos, emiten unos complicados sonidos guturales que varían en función de si se busca a adultos o crías. Reina el silencio, tan solo interrumpido por el lejano zumbido de los coches de una autopista que pasa junto a la laguna.

Ricardo Freitas, investigador del Instituto Jacaré.

Desde el agua también se ven los fantasmagóricos edificios de la villa olímpica que alojó a los atletas de Río 2016, ahora casi todos vacíos. El primer ejemplar no tarda mucho en aparecer: una hembra que da bastante guerra. Para capturarla, Freitas no usa cerbatanas ni anestesias, tan solo una técnica depurada y un lazo de acero a prueba de mordiscos. Una vez en la barca, inmoviliza al animal, atándole con cinta aislante las patas, el hocico y finalmente los ojos, para que se estrese lo menos posible. Mide 1,70 metros. Y no es de los más grandes. En ocasiones se ha topado con caimanes de tres metros. Algunos le han dado más que un susto: uno de ellos prácticamente le arrancó un dedo que hubo que reconstruir a toda prisa en el hospital. Tras pesarla y medirla cuidadosamente, identifica a la hembra de caimán, haciendo unos cortes estratégicos en su cola. Las escamas que le corta las guarda para su base de datos: más de 100 muestras biológicas en un congelador a la espera de poder analizarlas y saber hasta qué punto estos animales están almacenando metales pesados. Desgraciadamente, le faltan recursos para dar ese paso decisivo. Ha llamado a la puerta de las universidades e instituciones científicas más prestigiosas de la ciudad, y está “esperando respuesta”, dice resignado.

De momento, prosigue con su trabajo, y advierte que el principal problema de estos caimanes es la endogamia y la descompensación de géneros: el sexo de los caimanes se determina en función de la temperatura a la que están expuestos los huevos. Cuanto más calor, más posibilidades de que nazcan machos. La abundante materia orgánica que llega por los desagües y los extremos climáticos están calentando el ecosistema hasta tal punto que ahora más del 80% son machos. “Se ha roto el ciclo natural, es una población que reproductivamente no se sostiene”, advierte. La abundancia de machos genera más peleas por el territorio y escapadas en busca de nuevas áreas reproductivas que, muchas veces, acaban con las temidas escenas de caimanes entrando en condominios, parques y plazas. La cercanía con los seres humanos genera algunos desequilibrios: en ciertas barriadas hay caimanes en acequias que ya están semidomesticados y a los que los vecinos alimentan con restos de basura. Otra amenaza es la caza furtiva para aprovechar su carne, a pesar de que no es un plato precisamente común en la gastronomía brasileña. Lo más valioso del animal, su piel, se desecha, porque colocarla en el mercado ilegal es cada vez más difícil si no se demuestra su procedencia.

Investigadores del Instituto Jacaré navegan por la Laguna de Jacarepaguá, en Río de Janeiro.

Para los pescadores de la zona, los caimanes son, ante todo, una señal de que la laguna puede que esté en la UCI, pero aún respira. La pesca cayó drásticamente en las últimas décadas y ahora básicamente solo capturan tilapia, una especie invasora y más resistente, comenta Francisco de Assis Oliveira, que suele acompañar a Freitas en busca de caimanes. Tras más de 30 años soltando las redes en este lago, Chico, como le conocen sus amigos, se conoce al dedillo todos sus escondites: desde la zona de los nidos hasta el canal que hay después de un viaducto, donde se esconden “los monstruos”, los ejemplares más grandes.

A pesar de que a veces tiene que remar entre basura flotante, dice tener esperanza en volver a ver las aguas cristalinas en que se bañaba cuando era niño. Recientemente, una nueva empresa de alcantarillado está realizando unas obras de drenaje que prometen oxigenar las lagunas. Pero la situación solo empezará a mejorar cuando todos los barrios de alrededor estén conectados a la red de alcantarillado y el agua empiece a depurarse de verdad. A la espera de que llegue ese día, Chico sueña con poder organizar excursiones para turistas. El potencial es evidente. De vez en cuando, él y Freitas han organizado visitas con chavales de escuelas públicas que son todo un éxito. “Lo que tenemos aquí es el único depredador que queda en este bioma en toda la región. Estos animales han sobrevivido a una situación extremadamente alarmante, un abandono ambiental total en una ciudad que tiene aquí un gran potencial económico y turístico”, remarca Freitas, con la frustración de quien sabe que tiene un tesoro natural entre las manos.

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