Por qué se debe mantener el anonimato de los donantes de gametos
Ante este debate, el conflicto moral surge cuando se trata de determinar cuál es la mejor opción, anonimato o no, sin tener en cuenta todos los valores que pueden dañarse en la elección de uno de los extremos, y no únicamente los que puedan afectar a los descendientes

El anonimato de la donación de gametos es de forma periódica objeto de controversia. Ahora se ha reavivado este debate por la reciente publicación de noticias sobre un grupo de hijos por donación de gametos que reclaman su derecho a conocer sus orígenes. En España, la donación es anónima por ley. Desde un punto de vista bioético, quisiera hacer algunas aclaraciones al respecto, principalmente porque la base de toda discusión es el conocimiento. Y, quizás, en esta polémica, exista una enorme falta de información. No se trata de dar una opinión a favor o en contra del derecho que reivindican estas personas — de la Asociación de Hijas e Hijos de Donante, compuesta por 83 personas y constituida en 2023—, pero sí de arrojar luz sobre alguno de los argumentos que se están dando.
En primer lugar, el aspecto principal de las reivindicaciones es la necesidad de conocer los antecedentes familiares y de salud de los donantes. Esto está absolutamente superado con la ley actual [Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de reproducción humana asistida]: la regulación reconoce que los hijos nacidos por donación (así como sus padres), pueden acceder a la historia médica de los donantes. De hecho, hay que tener en cuenta que los exámenes y pruebas, incluidos los estudios genéticos a los que se someten los donantes para ser itidos como tales, son tan estrictos y amplios que no creo que ningún hijo nacido de forma natural pueda tener tanta información sobre la salud de sus padres.
Asimismo, en el supuesto de que un descendiente de donante de gametos tuviera un problema de salud que justificara romper el anonimato, tendría la posibilidad de hacerlo, quedando así salvaguardado su teórico derecho a conocer sus orígenes biológicos. Esta posibilidad queda reforzada en España a raíz de la puesta en marcha por el Ministerio de Sanidad de SIRHA (Sistema de Información en Reproducción Humana Asistida), que incluye el Registro de Donantes, lo que constituye un refuerzo para garantizar la trazabilidad de los gametos donados durante los 30 años que exige la normativa europea (plasmada en España en el Real Decreto ley 9/2014, por el que se establecen las normas de calidad y seguridad para la donación, la obtención, la evaluación, el procesamiento, la preservación, el almacenamiento y la distribución de células y tejidos humanos y se aprueban las normas de coordinación y funcionamiento para su uso en humanos).
SIRHA es una plataforma que registra y gestiona la información de los donantes de gametos y embriones para reproducción asistida. SIRHA permite identificar a los donantes y trazar el origen y destino de los gametos y asigna un código único a cada donante y a cada donación; permite identificar al donante independientemente de la clínica donde done; permite saber el número de donaciones, el resultado de las donaciones y los estudios realizados a los donantes; permite contabilizar los niños nacidos en cada centro donde haya podido donar; permite trazar las células desde el origen hasta el destino y permite llegar hasta el/la donante si hay un problema congénito de un bebé fruto de una donación.
Otro tema distinto es la necesidad de conocer a lo que ellos llaman sus padres. Y este es el primer error. Porque los donantes no son los padres. Los padres son las personas que los han criado, educado y se han preocupado por ellos desde incluso antes de su nacimiento. Los padres son las personas que han querido que nacieran. Por otra parte, cabría preguntarse: ¿Qué aporta a las familias ese conocimiento? En todo caso, también habría que cuestionarse cuáles son los derechos de los donantes, ¿querrían ellos conocer a unos hijos que no son tales?

Estamos demasiado inmersos en un esencialismo genético que no conduce a nada. Aun siendo bióloga, creo firmemente que la genética no solo no lo es todo, sino que la influencia del ambiente es lo que nos marca en la vida. Heredamos el color de ojos, de pelo, la estatura, etcétera. Pero eso no nos define como personas. De hecho, el determinismo genético puede socavar cierto tipo de relaciones humanas, por ejemplo, ¿qué ocurre con las personas adoptadas?
En los últimos años, podemos conocer nuestros orígenes con una simple prueba que se realiza a través de internet. ¿Qué ocurrirá cuando se descubra que, sin donación de por medio, tu padre no es tu padre biológico? El conflicto moral surge cuando se trata de determinar cuál es la mejor opción, anonimato o no, sin tener en cuenta todos los valores que pueden dañarse en la elección de uno de los extremos, y no únicamente los que puedan afectar a los descendientes (salud, el valor de la propia identidad, autonomía de los padres, herencia genética, justicia, responsabilidad…).
En todo caso, el debate debería centrarse en otra cuestión clave: mi experiencia y mi postura como experta en Bioética me indica que toda persona tiene derecho a conocer sus orígenes. Los padres deberían revelar a sus hijos, desde niños y de acuerdo con su edad, cuál ha sido el modo en que han llegado al mundo. Pero la realidad es otra. Porque entra en conflicto con la libertad de los padres en elegir lo que ellos creen mejor para sus hijos.
En el año 2021 realicé un estudio en 11 centros de reproducción asistida que fue presentado en Ámsterdam, en el 30º Congreso Mundial sobre Controversias en Obstetricia y Ginecología. Se entregó una encuesta a 60 mujeres en tratamiento de donación de ovocitos y todas ellas respondieron anónimamente. Se preguntó a las pacientes por sus características sociodemográficas, sus opiniones sobre el secreto o la divulgación del método de concepción, cuál es el tipo de información al que debería tener el niño (identificativo o no identificativo) y si pretendían informar a su hijo/a y familiares sobre su origen. Los resultados obtenidos demostraron que en las parejas heterosexuales el 60% no piensa contárselo a su hijo o ni se lo ha planteado y el 47,5% no piensa contarlo ni a su círculo familiar más próximo.
Las pacientes no desean conocer la identidad del o la donante y piensan que para el niño no es importante conocer el origen de los gametos ni la identidad del donante. No creen que este tenga derecho a conocer la identidad de los niños concebidos con sus gametos, pero sí al anonimato, independientemente de los deseos de los menores o los progenitores beneficiarios de sus gametos. Por ello, el problema habría que situarlo en la educación. Dialogar con los pacientes que necesitan donación de gametos o embriones para explicarles, no solo el proceso, sino lo que implica en el futuro. Educar desde los centros de reproducción asistida a las parejas, informándolas de que no pasa nada por contarles a sus hijos la verdad desde el principio. Y por aquí habría que empezar.
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