Pedro Gómez-Egana, artista: “Los colombianos de los ochenta y noventa somos hijos de la guerra y sabemos adaptarnos a todo”
El artista exhibe en el MIT List Visual Art Center su primera exposición individual en Estados Unidos mientras prepara su retrospectiva


El colombiano Pedro Gómez-Egaña (Bucaramanga, 1976) parecía predestinado a convertirse en un gran violinista, cuando su vida dio un vuelco y cambió drásticamente de rumbo. Como artista conceptual, sus instalaciones de corte filosófico —que replantean la existencia con especial énfasis en la temporalidad, la domesticidad y la atención— han dado la vuelta al mundo, pasando por Performa 13 en Nueva York (2013), la 15ª Bienal de Estambul, Turquía (2017) y la 16ª Bienal de Lyon, Francia (2022), entre muchas otras. Según Gómez-Egaña, una de las posibles claves de su éxito es la capacidad de adaptación inherente a los colombianos de su generación.
Ahora presenta The Great Learning, su primera exposición individual en Estados Unidos en el prestigioso MIT List Visual Art Center de Cambridge (Massachusetts), que podrá verse hasta el próximo 25 de julio.
Pregunta. Nació en Colombia, pero vive en Oslo, ¿cómo se dio un cambio tan brutal?
Respuesta. Salí de Colombia a los 17 años con una beca para estudiar en un conservatorio en Estados Unidos, en Colorado. Pero a los 21 sufrí una lesión que me obligó a abandonar mi carrera de violinista, para la que me estuve preparando desde los seis años. De un día para otro, cambió también la que había sido mi identidad. Ya no pude ser más esa persona. Cambié mis estudios y terminé en el Goldsmith College de Londres, que es una universidad híbrida que me permitía estudiar composición al tiempo que me relacionaba con artistas y gente de danza, lo que terminó llevando a la práctica actual y a quedarme geográficamente dentro del contexto europeo. Alguien me recomendó luego continuar mis estudios de postgrado en Noruega, donde además de ser la universidad gratuita, me becaban. Hice mi doctorado en artes visuales y luego me ofrecieron incorporarme como profesor, primero en Bergen y luego en Oslo, donde sigo.
P. ¿Cómo ha cambiado su identidad después de tantos años en Europa?
R. No soy de los que tiene una identidad ligada a un territorio, la mayoría de mi vida he estado fuera de Colombia. Al volver siento que todas mis moléculas reconocen el aire, el lugar y la música, y que regreso a un lugar donde pertenezco, pero culturalmente y en términos de códigos no navego el país tan bien. Me parece que Colombia tiene un nacionalismo tóxico con el que no me identifico, aunque esa fricción me parece interesante y estimulante. Yo soy hijo de la guerra, soy colombiano de los ochenta y noventa: para la gente de mi generación la adaptación es nuestra mejor habilidad, la forma de poder estar bien en todo.
P. ¿Se siente extranjero en todas partes?
R. Sí, pero me gusta, porque me mantiene en un estado de curiosidad que me parece intelectualmente y poéticamente interesante. Hay una energía vital en estar siempre en proceso de adaptación.
P. Y, sin embargo, en el 2018 recibió el Premio Mesoamérica por su impacto en el arte colombiano.
R. Eso fue una sorpresa grandísima porque yo nunca me he caracterizado por exponer el arte tradicional colombiano y me volví artista después de salir del país. Fue un reconocimiento muy conmovedor. Algo a lo que además se suma que la primera retrospectiva de mi carrera será también en mi país de origen. Estoy en las nubes con la invitación del Museo de Arte Moderno de Medellín de exponer allí el año que viene, porque además es mi institución cultural favorita en Colombia.
P. Háblenos de The Great Learning, su primera exhibición individual en Estados Unidos.
R. Ha sido la culminación de 10 años de conversaciones con la curadora del MIT List Visual Arts Center, Natalie Bell, que seguía desde hace tiempo mi trayectoria. Titulé la exposición The Great Learning (el gran aprendizaje) en referencia a una obra experimental del compositor británico Cornelius Cardew en la que los músicos parten de distintos tonos dispares hasta que consiguen alienarse. En mi exhibición las piezas también tienen que equilibrarse para generar un movimiento unificado. Es un gesto coreográfico, un paso del tiempo, una danza con la gravedad y la materialidad. Dentro de su abstracción tiene una carga emocional, tiene afecto. Al mismo tiempo hay unos sonidos que acompañan el proceso. Como lo que llamo Cordillera, que son grabaciones en diferentes lugares (uno de ellos es la habitación de mis padres en Colombia). Esta musicalidad es una forma de honrar mi pasado como compositor.

P. ¿Cuál es la premisa de la pieza central?
R. La pieza central es una estructura de cobre vertical, fálica, monumental, patriarcal, que empieza a caer y al hacerlo, muestra un lado patético y vulnerable. Es un gesto lírico, un ejercicio supremamente sencillo y complejo al mismo tiempo.
P. Son instalaciones con una gran carga política.
R. Sí, porque profundizo en las economías de atención: lo importante que es generar espacios para atender ciertos contenidos e imágenes en un mundo tan acelerado y donde la calidad de atención es cada vez menor debido a la velocidad y superficialidad de la comunicación. Ahora más que nunca requerimos prácticas culturales que inviten otras formas de ver el mundo. Es una responsabilidad política el cómo miramos, a qué atendemos y con qué calidad.
P. ¿En qué medida su trabajo está comprometido con la situación sociopolítica actual en el mundo?
R. Mucho y de muchas maneras. Trato de que las producciones de mis obras sean sostenibles, establecer relaciones personales con las personas locales que van a estar implicadas en los procesos de instalación. Pero también generar espacios para otros artistas con menos oportunidades o recursos. Por ejemplo, mi exposición en el MIT cambió de fechas para que un par de artistas palestinos pudieran exponer su obra. Los ejercicios de pensamiento son cruciales para progresar como especie. Porque el conocimiento se trabaja y retrabaja. Se trata de hacer conexiones en el mundo que no existían antes, de repensar el mundo con una aproximación creativa a lo que existe. Ese es el tipo de pensamiento que nos urge.
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