Maxi Iglesias: “Mi supuesta belleza es un filtro infalible para ver quién quiere descubrirme”
El actor, de 34 años, celebra 20 de carrera con su participación en la serie ‘Matices’ y la escritura de ‘Horizonte artificial’ su primer libro


Le espero en la puerta del Ateneo de Madrid, en una estrechísima calle del centro, desde donde le veo bajar de un taxi y despedirse efusivamente del taxista. Me saluda, igual de efusivo, y me cuenta la película. Resulta que durante el viaje, conductor y pasajero han estado hablando de la vida, de sus vidas, y sus circunstancias. “Me interesan las personas. Siempre observo a quien tengo alrededor y, si puedo, pregunto. Así, ahora, por ejemplo, si algún día tengo que interpretar a un taxista, o escribir una historia sobre ese mundo, ya tengo una base sobre la que tirar del hilo”, me explica, mirando a los ojos. Maximiliano Teodoro Iglesias tiene unos bonitos ojos y lo sabe, claro. Su apostura, desde que empezó a posar para las cámaras en anuncios infantiles, hasta su primer papel en Hospital Central, a los 14 años, hasta su legendario personaje de Cabano en Física o Química, o del galán de la serie Valeria, es lo primero que salta a la vista. Está empeñado en que no sea lo único.
Tiene 34 años y cumple ya 20 de carrera. ¿Cómo lleva ser tan veterano y tan joven al mismo tiempo?
Bueno, tampoco soy tan joven. He notado varios pasos de ciclo en estos años. No es lo mismo lo que aprendes a los 14, que a los 27, que a los 34. Soy muy de hacer balances personales y profesionales cada poco y nunca me conformo con el resultado. Yo fui precoz porque quise. Mi padre, que murió cuando yo tenía 6 años, era amigo de Andrés Aberasturi, y él les dijo a mis padres: “Este niño es una monada”, y los animó a que me llevaran a hacer castings para anuncios. Luego ya iba yo solo.
¿Iba solo a los castings de crío?
Sí, mi madre trabajaba todo el día y yo insistía en ir. Cogía el metro y el autobús. Una vez, me quedé sin abono transporte y tuve que volver al sitio, donde ya me conocían, para pedir por favor que me dejaran un euro para el bus de vuelta. Era cuestión de tiempo que volviera a pagárselo [ríe].
O sea, que era un niño, digamos, cabezón.
Persistente.
¿Le cogieron, por lo menos?
Sí, pero tenía 12 años y, hasta que se hizo la peli, pegué el estirón y ya no pude hacerla, pero se acordaron de mí para la siguiente. Mi primera película como figurante fue La pistola de mi hermano, de Ray Loriga, a los seis años. Imagínate a un crío ver cómo sale un tío ardiendo por la ventana...
¿Esa visión le creó un trauma?
Al contrario, lo que me creó fue ganas de estar ahí, en situaciones que no se dan en la vida real. En el colegio escribía mis propias historias y liaba a mis compañeros para hacerlas. “Tú haces de la médica, tú del policía”, les decía, y me ponía a dirigirlos. Ya te digo que yo lo que quiero entender las cosas. Por eso, a la vez que trabajaba como actor, empecé Psicología en la UNED.
¿Hiperactivo?
Oportunista del tiempo. Cada cierto tiempo necesito hacer un chequeo de lo que he hecho, de lo que quiero hacer, e ir a por ello. Hago balance de mí mismo todo el tiempo.
Eso contrasta con la incertidumbre, no solo laboral, que embarga a su generación. ¿Se siente un bicho raro?
Bueno, mis mejores amigos no son actores, mi mejor amiga es médico. De mis amigos del cole, el que menos es ingeniero aeroespacial. Estoy rodeado de gente aplicada. Lo que le pasa a nuestra generación es que nos ha tocado un cambio de paradigma respecto a las certezas que han tenido nuestros padres. Aunque a mí no me va mal, todos tenemos nuestras preocupaciones.
¿Hablan de ello entre ustedes?
No me quiero apropiar del término, pero soy un poco el psicólogo de mis amigos. En el grupo de WhatsApp de los amigos chicos del colegio, en las que todo gira alrededor del salario, el fútbol o las chicas, yo soy un poco el instigador, el incendiario, el que, de repente, pregunta: “¿Cómo estás? ¿Cómo te va con tu pareja?”. El que hace las preguntas que haría una mujer. Quizá porque me he criado con mujeres: mi madre y mi abuela, y ellas hablaban de todo con naturalidad.
¿Quién eligió llamarle Maximiliano Teodoro?
Mi madre, porque le gustaba el nombre y porque su abuelo se llamaba Teodoro. Y encima, no tengo hermanos, o sea, que me lo como yo todo. Con ese nombre no podía ser uno más. Obviamente, no tenía que ser un emperador, pero sí hacer algo diferente.
También sería carne de motes en el cole.
Todos los del mundo. Comparto nomenclatura con un montón de empresas y de términos publicitarios, de todo lo que se quiere maximizar, desde un sujetador a un helado. Mi lucha y mi reto es que ese nombre tenga constancia, no solo a nivel de producto, sino de dignidad personal y estilo de vida.
¿Por eso se ha metido ahora también a escritor? ¿Para distinguirse?
La historia de Horizonte artificial, mi novela, la tenía hace años en la cabeza. Me encontraba en un momento de cambio de oportunidades. Y se me ocurrió escribir personajes que yo podría hacer, que me gustaría interpretar y para los que no me habían llamado nunca, y además metidos en una historia de la que me gustaría formar parte. Se lo comenté a la escritora Elisabet Benavent, la autora de Valeria, me presentó a alguien de su editorial y ahí empezó todo.
¿Estaba aburrido de ser el guapo de la peli, o la serie?
A ver, cuando haces algo que funciona, y luego te ofrecen un personaje parecido que también funciona, es muy difícil que te llamen para algo distinto. Entiendo que haya miedo o inseguridad de que yo pueda hacer otras cosas, pero a mí eso ya no me supone un reto. Mi reto es demostrar que puedo hacer personajes complejos, no solo de alguien que enamora o que se enamora. Quiero que me saquen matices, como el título de la serie que estreno. Estoy deseando que apuesten por mí.

¿Qué garantías ofrece?
Tablas, horas de cámara y de vuelo, el respeto de la profesión, entrega, verdad. Parece que, como tengo cierto físico, no manejo esa verdad. Odio esa palabra, pero mis personajes han sido galanes, y he luchado porque tuvieran verdad, no hacer un galán sistematizado, inaccesible. No por medir 1,90 o tener ojos azules no tienes dudas, ni dolor ni deseos. Es una lucha constante.
¿Su belleza es una condena?
No, es un filtro infalible para ver quién se atreve a descubrirme. Como actor, y como persona, como amigo, como pareja. Quien se atreve a cruzar esa capa es que viene sin prejuicios, viene a descubrir, viene a entender. Esa curiosidad para mí es muy bella, en el sentido de que se atreven a cruzar ese puente para hacerse su propia imagen de ti. Me apetece jugar a las personas.
¿No es eso ser actor? Actuar se dice ‘jugar’ en otros idiomas.
Exactamente: observar, preguntar, jugar con lo que has observado y ponerlo en práctica.
La protagonista de su novela es una mujer poderosa en un mundo de hombres. Su pareja, Ione Astandoa, es directiva de una empresa familiar de yates de lujo. ¿Demasiadas coincidencias?
La conocí mucho después, cuando ya lo había terminado. Y le avisé de lo de mi libro, de lo que tenía entre manos. Fue alucinante escucharle a ella frases que yo tenía escritas y estar en sitios, en ámbitos de poder, que yo había recreado. Fue flipante darme cuenta de que mis investigaciones y mi intuición no me habían fallado. Por cierto, ella se atrevió a cruzar el puente, y eso, entre otras cosas, fue lo que me enamoró.

¿Cree que el hecho de que usted tenga 2,3 millones de seguidores en Instagram animó a los editores a publicarle?
¿Tú qué crees? ¿En qué momento voy a ser tan patán de no poner sobre la mesa todas mis cartas para poder jugar con ellas? Lo que no haría es pretender hacerlo sin tener una buena historia. Creo que la tengo y encima tengo la suerte y la oportunidad de que, gracias a mi nombre, a mi tarjeta de visita, me reciben. Igual a otra persona, con esta misma historia, también le hubieran dado alas, no lo sé.
¿Teme a las críticas?
Estoy preparado, porque eso significará que por lo menos ha habido un mínimo interés. Hay cantidad de gente que escribe que ni siquiera tiene una mala crítica. Me encantaría que me dieran la oportunidad de hacerme una mala crítica, porque significa que me ha dedicado tiempo, y eso ya es valioso.
Es patrón de barco y acaba de aprobar el examen de piloto de avioneta. ¿Por qué ese empeño de vivir por tierra, mar y aire?
Siempre por lo mismo: por curiosidad, por querer entender, por desentrañar, por apelar a mi yo de niño.
¿Y por tener un plan B por si vienen mal dadas como actor?
Bueno, yo tengo plan B, C, D y X, si hace falta. Eso me lo inculcó mi madre. Cuando murió mi padre, me decía: tú tienes que estar a todo lo que te dé la vida, y si eres camarero, tienes que ser el mejor camarero. Así que yo, ahora mismo, tengo la tranquilidad de que, si esto no va bien, me voy a Dubái a llevar en avión o en barco a jeques árabes.
¿Y no se le caerían los anillos?
Al revés, posiblemente facturaría mucho más, y encima estaría en el mar y en el cielo, que son mi pasión.
¿Cómo ha acabado aquel niño que creció sin padre?
Pues, posiblemente, siendo luego el que siempre hace las preguntas de mujer en un grupo de tíos. Igual si hubiera tenido padre, no hubiera desarrollado esa sensibilidad.
EL HOMBRE DE LOS MIL PLANES
Maximiliano Iglesias Acevedo (Madrid, 34 años) lleva delante de las cámaras desde que sus ojos azules y su cara de ángel enamoraran al objetivo de los publicistas como reclamo infantil para vender cualquier cosa. Fue bastante después cuando el modelo no solo le tomó el gusto a la imagen, sino que decidió dedicarse profesionalmente a ella. A los 14 años, debutó con un personaje fijo en la serie Hospital Central, pero fue algo más tarde cuando su personaje de Cabano en la legendaria Física o Química lo lanzó al estrellato juvenil y lo convirtió en símbolo sexual de varias generaciones. Hoy, este joven veterano que ansía que le dejen ampliar su registro, no solo interpretativo, estrena la serie Matices y presenta su primer libro, Horizonte artificial. No será el último, anuncia.
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