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Las mujeres afganas han desaparecido de las reivindicaciones feministas

La fragmentación de este movimiento ha permitido una interferencia en los conceptos de igualdad y derechos

Soledad Gallego 'las mujeres afganas'
Soledad Gallego-Díaz

Establecer prioridades ha sido tradicionalmente un requisito para el éxito de movimientos políticos y sociales. Los sindicatos se formaron y adquirieron una fuerza formidable en torno a la reivindicación de la jornada de ocho horas. Lo mismo sucedió con el movimiento feminista, cuya prioridad más evidente fue, y es, el reconocimiento de igualdad de derechos entre hombres y mujeres en todos los planos de la actividad económica, social o política. La fijación de esas prioridades permitió, además, la universalización de esos movimientos, porque sus objetivos podían ser compartidos en todo el mundo, al margen de creencias culturales.

Fijar prioridades sigue siendo necesario. Los periodistas de todo el mundo, por ejemplo, podemos encontrar un punto de encuentro si exigimos que se nos deje entrar en Gaza para dar un testimonio profesional de lo que allí ocurre. De hecho, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España acaba de hacer público un manifiesto, difundido en español, inglés, francés y árabe, para que profesionales de todo el mundo apoyen esta petición:

La desaparición y relativización de las prioridades clásicas del movimiento feminista ha sido uno de sus peores errores. Este mes de junio se cumplirán cuatro años desde que Estados Unidos y la OTAN empezaron la retirada de todas sus fuerzas de Afganistán y desde que el nuevo Gobierno talibán empezó su metódica persecución de las mujeres y niñas. En estos cuatro años, la comunidad internacional ha sido incapaz de proteger a un colectivo que supera los más de 20 millones de seres humanos, mujeres y niñas, sometidas a un terrible régimen de esclavitud. Peor aún, el movimiento feminista internacional no parece haber colocado entre sus prioridades la lucha contra esta situación ni ha ejercido la presión necesaria sobre gobiernos y entidades multinacionales que podrían obligar al Gobierno afgano a modificar su postura.

Debilitado por los retrocesos en materia de igualdad que van apareciendo en los propios países donde el feminismo parecía más desarrollado y también por una fragmentación interna sobre aspectos ideológicos que no ha hecho más que crecer en las dos últimas décadas, fundamentalmente por la relación entre el feminismo y el movimiento queer y trans, las mujeres y niñas afganas han quedado fuera de la reivindicación feminista cotidiana. Han quedado sepultadas en beneficio de un debate ideológico, cuando hasta hace muy poco el feminismo había dejado claro que los derechos humanos y civiles de las mujeres eran su objetivo prioritario, no negociable, ni sometido a ningún tipo de discusión relacionado con el ámbito de las ideas, conceptos o sistemas de creencias.

En el momento en el que los talibanes volvieron al poder, un 25% del Parlamento de Kabul estaba formado por mujeres y más de 100.000 ocupaban puestos en los ayuntamientos locales. Todo eso ha desaparecido. La única esperanza de las adolescentes y las madres que intentaron educarlas en libertad era la fuerza que representan las mujeres de todo el mundo. Pero esas mujeres las dejaron, para vergüenza de todas, en el más absoluto abandono. ¿Dónde se organizaron y se siguen organizando grandes manifestaciones de apoyo? ¿En cuántos Parlamentos se presentaron mociones exigiendo respuesta internacional? Absorbido por otras cuestiones, difícilmente comparables, el feminismo no ha hecho nada efectivo.

La fragmentación del movimiento feminista ha permitido que consideraciones culturales interfieran incluso en los conceptos de igualdad y derechos. La escritora Najat el Hachmi escribía el pasado 23 de mayo en este periódico expresando su amargura porque la posible prohibición del velo en las escuelas públicas de Cataluña se deba a una propuesta de Junts, un partido que sólo quiere disputar los votos al grupo ultra Aliança Catalana, en lugar de tener su origen en una reflexión del movimiento feminista. Quizás la prohibición del uso del velo sea polémica, pero ese debate se despacha con demasiada rapidez, sin tener en cuenta las voces del movimiento feminista en países como Irán, Egipto o Marruecos, según las cuales el aumento del uso del velo, incluso entre las segundas y terceras generaciones de inmigrantes en países europeos, no forma parte de un movimiento cultural, sino que es producto de una campaña muy intensa diseñada por hombres musulmanes empeñados en atajar los movimientos a favor de los derechos de las mujeres. Campañas que debían ser combatidas de manera prioritaria. Pero no, la prioridad no son ellas.

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