Hay mafias y mafias
Por la histeria que emplean las diversas oposiciones desde la anterior legislatura, podría parecer que el Gobierno está como el de hace 30 años. Pero ¿nos hallamos realmente en una situación tan escandalosa como aquella?


“Al acabar el mes la situación es irrespirable”, anotaba Carlos Solchaga en sus diarios el 30 de abril de 1994. “Felipe González parece estar noqueado”. Solchaga, figura clave del felipismo como ministro de Economía, era portavoz parlamentario en una situación crítica. Como escribe el historiador Charles Powell en su ensayo España en democracia, aquella fue la legislatura de la crispación: la iniciativa política de un Gobierno en minoría quedaba permanentemente sepultada por “el estallido casi ininterrumpido de escándalos de diversa índole y gravedad”.
En la primera entrada de su dietario de aquel abril de vía crucis, que puede leerse en el espléndido Las cosas como son, Solchaga se refería a una conferencia pronunciada por el periodista Pedro J. Ramírez ―por entonces director de El Mundo― en las universidades de Princeton y Columbia. Está reproducida en David contra Goliat. “La historia de España de la segunda mitad del siglo XX no puede quedar limitada a la sustitución del franquismo por el felipismo, dos regímenes de muy diferente legitimidad pero igualmente personalistas”. Dos días después de dictarla, su periódico publicaba una información cierta y escandalosa que Ramírez había llevado en la maleta con la que viajó a Estados Unidos: el gobernador del Banco de España tenía 130 millones de pesetas de dinero negro. No era ni mucho menos el único escándalo que estaba corroyendo al Ejecutivo. El destituido Luis Roldán no solo había hecho un desfalco turbio y descomunal, sino que existía un informe que presuntamente demostraba pagos de la Vicepresidencia del Gobierno al corrupto exdirector de la Guardia Civil, y lo tenía la prensa para detonarlo. El vicepresidente Narcís Serra, el jefe del gabinete del presidente del Gobierno y el jefe del Cesid, según El jefe de los espías, se reunieron en La Moncloa para calibrar la dimensión de esa nueva crisis, una más de las que iban estallando con la perfección de una bomba de precisión. “Esto responde a una maniobra política de desestabilización”, le habría dicho el periodista Luis María Ansón a Serra, según las notas de Emilio Alonso Manglano. A mediados de abril, Solchaga pudo hablar un momento con González. “Me ha confesado si no era él el que tenía que dimitir”. “Si tiene que dimitir el presidente del Gobierno, que dimita” sentenció el juez Baltasar Garzón.
Al cabo de pocos días, se celebraba el debate sobre el estado de la nación. El líder de la oposición pronunció una frase que se convertiría en un clásico de la retórica parlamentaria: “¡Váyase, señor González!”. Cinco días después, Ramírez no escatimó el elogio: José María Aznar había cosechado “el mayor éxito de su vida parlamentaria con lo que en definitiva no fue sino el discurso de la frustración y la exasperación”. Solo faltaba que el día que debía presentarse ante el juez, Luis Roldán desapareciese. “Se esfumó”, consigna Solchaga en su dietario el 29 de abril. El día después escribía en su dietario que la situación política era irrespirable y describía cuál era el estado de la oposición mediática al Gobierno: “Están encantados y desencadenados, recurriendo a la difamación y al insulto personal ahora que no precisan hacerlo porque tienen entre sus manos auténticos escándalos”.
Hace más de 30 años y, por la histeria que emplean las diversas oposiciones desde la anterior legislatura, podría parecer que es ahora. Pero ¿estamos realmente en una situación tan escandalosa como aquella? Parece difícil no convenir que hoy la presidencia del Gobierno está sufriendo una pérdida de autoridad que evidencia la dificultad de dar explicaciones convincentes a casos de una lamentable cutrez y que las reacciones están siendo decepcionantes. Pero, para ser honestos, reconozcamos que sigue habiendo mafias y mafias.
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