La mochilita de Melody
Comunicar a España entera que está hasta el moño está en su derecho, pero se equivoca de diagnóstico, de enemigo y de argumentos

Quedó en el olvido aquella máxima de Isabel Pantoja. “Dientes, dientes, que eso es lo que les jode”, dijo al acercarse a una nube de fotógrafos y cámaras. No será la mejor cantante ni la filósofa más honda, pero aquella frase contenía todo lo que necesita saber cualquier persona que se enfrenta al juicio público: sonreír, sonreír y sonreír hasta que uno está seguro de que no le graban. Lo sabe Macron, que sonrió como un dibujo animado al darse cuenta de que las cámaras habían pillado el sopapo de su mujer. No lo sabe Melody, que ha decidido saltarse toda la bibliografía de protocolo y relaciones públicas para comunicar a España entera que está hasta el moño.
En su derecho está, claro, pero se equivoca de diagnóstico, de enemigo y de argumentos.
Yerra en el diagnóstico porque no ha habido campañas de difamación o desprestigio, tan solo el ruido habitual en estos casos. Yerra en la elección de enemigos porque Broncano hizo unas bromas blanquísimas y de refilón, en el contexto perfectamente banal de un programa de comedia, y yerra en los argumentos porque no puedes pedir dispensa en el tratamiento cuando has sometido tu imagen y tu trabajo a la aprobación pública (¡hasta el punto de dejarte puntuar en un concurso!). Reclamar silencio es romper la baraja del juego en el que has aceptado participar. Recurrir además a tópicos apolillados de autoayuda, como la mochilita emocional, da vergüenza ajena.
Y digo esto sin dejar de celebrar las contradicciones. Uno puede proyectar una imagen de merendarse el mundo y tener más poderío que una fiera, y a la vez ser una persona frágil, que se descuaderna a la menor burla o cuchufleta. Podemos ser esas dos cosas a la vez, nadie es un bloque mineral sin grietas ni poros. Tampoco es sencillo manejar las expectativas y la atención desmesurada del público, por mucha vocación que tengas y por mucho que te hayas preparado a solas para recibir la ola. Muy poca gente aguanta a pie firme el juicio ajeno, y cuando este llega en dosis masivas, puede actuar como un ácido sobre un esmalte. Es normal patinar, enfadarse a destiempo y por razones equivocadas y hacerse un lío con lo que conviene decir y lo que conviene callar. Ante situaciones complejas, los mejores consejos son los sencillos, pues actúan como murallas, y las fortalezas nunca son sutiles, sino de piedra maciza: “Dientes, dientes”. Una consigna feroz, un gesto. Y la mochilita, que la carguen los bailarines.
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